Cuestionando de a ratos la pertinencia de su expedición por aquello de que “el periodismo hace de la tragedia de los otros su materia”, el joven periodista Joaquín Sánchez Mariño se internó durante 25 días en territorio venezolano para cotejar la veracidad de los relatos de violencia y escasez que había escuchado sobre el país, una experiencia que ahora refleja sin juicios concluyentes su libro “En Venezuela”, que será presentado este jueves 12 en Librería Borges (Jorge Luis Borges 1975, barrio de Palermo, ciudad de Buenos Aires).
“Yo no necesito un hombre. Necesito un país”, dice Lucero, madre de un bebé de siete meses cuyo padre se fue a la Argentina durante el embarazo para buscar sustento económico y ya no regresó más.
La joven es una de las tantas venezolanas que con su testimonio aportan al mapa dramático y complejo de esta crónica centrada en la paradoja de una nación que pese a ser una de las mayores reservas de petróleo del mundo, afronta hambre, desabastecimiento y caos social.
Allí donde la subsistencia adquiere ribetes tan primitivos como esperar con desesperación la llegada de la caja CLAP -un recurso del Estado venezolano para distribuir alimentos entre la población- y donde las parturientas comparten la cama de los hospitales, Sánchez Mariño retrata a los venezolanos como un “pueblo resiliente, formado, que se echa vinagre en la cara para no sentir el gas y corre para el lado de las balas”, según contó el autor en charla con Télam.
Joaqun Snchez Mario durante su viaje por territorio venezolano
-¿En cuánto cambió tu experiencia de campo en Venezuela la idea previa que tenías sobre la realidad de ese país?
-Viajé con una premisa que ordenó la cobertura: ver cuánto de lo que se decía de Venezuela era verdad y cuánto mentira o exageración. Podría decir que la idea previa que tenía estaba formada por esas sentencias que se repiten sobre el país. Llegar ahí echó todo por tierra pero no porque contradijera esas versiones, sino porque de golpe se volvió una realidad. Tal vez no cambió la idea previa que tenía pero sí tomó cuerpo. Las cosas eran peor de lo que esperaba porque esa gente que la estaba pasando mal ya no era un concepto ajeno sino un elenco de personas con nombre propio e historias de vida. Con ellos aprendí a ubicar la escala del drama.
-“Todos hablan de lo que falta en Venezuela pero nadie dice por qué falta”, apuntás. ¿Esa frase condensa la complejidad de una realidad en la que todos son capaces de distinguir una problemática común pero difieren en las causas que la han generado?
-Lo más insensato y triste es que las diferencias no son necesariamente de criterios o de argumentos, sino que está todo atravesado por la ideología. Es decir, acuerdan en que el estado de situación (“situación país”, dicen ellos) es calamitoso, pero desacuerdan en los motivos. Sin embargo, no es por entender diferente la realidad sino por ser conducidos por ideologías diferentes, tanto desde el chavismo como desde la oposición, porque ninguno de los dos hoy parece permeable a entender su propia miseria. Es una de esas situaciones en las que que el libreto conduce al suicidio y muchos hasta se dan cuenta, pero mantienen la disciplina y sostienen sin importar qué. Así las cosas, Maduro parece el flautista de Hamelin.
-¿En qué medida el boicot comercial de los Estados Unidos en una economía cada vez más globalizada es casi un certificado de defunción para Venezuela y cuánto de lo que ocurre es responsabilidad del gobierno de Maduro?
-Es una pregunta compleja cuya respuesta esquivé durante todo mi trabajo porque no tengo los elementos para responderla. Por supuesto, el bloqueo influye. Más que eso, me parece, influye la campaña global contra Maduro. Digo: ¿hay una campaña contra Maduro? La hay. Me parece necesaria, también. Creo que el primer impulsor de esa campaña fue el mismo Maduro.
-¿Cómo impacta en la cotidianeidad de los venezolanos ese paisaje de familias disgregadas y amigos que dejan de frecuentarse como una manera de camuflar la incapacidad de afrontar económicamente las reuniones sociales?
-Es acaso lo más duro que vi. Lo que más me entristeció, cuanto menos. Todo venezolano tiene un familiar o un amigo afuera. Los grupos de jóvenes están disgregados por el mundo. Cuando la crisis afecta de manera tan evidente el paisaje de juventud de un país, algo malo está pasando.
-En un momento de la crónica te interrogás hasta qué punto estar caminando por Caracas en un ejercicio noble del oficio ¿Por qué te asaltan en ese momento las dudas en torno a la ética del periodismo?
-Es sabido que el periodismo hace de la tragedia de los otros su materia, del drama de la humanidad su historia. En ese sentido, buscar testimonios es buscar sufrimiento. No pude dejar de pensar en casi todo mi viaje que tal vez haría bien en callarme, en reducirme al máximo. No lo hice, quise contar. Digamos que le fue bien a mi trabajo, e incluso para muchos venezolanos sirvió de testimonio de eso que quieren gritarle al mundo, pero si yo no viera la paradoja en la ecuación entre periodismo y drama humano no podría hacer bien mi trabajo. Si lo cínicos no sirven para este oficio, creo que los negadores tampoco.